Uno de los problemas añadidos de esta crisis mundial que está afectando al planeta entero es justamente las deudas que están adquiriendo las ciudades a raíz de su propio endeudamiento.
Las ciudades tradicionalmente se suelen endeudar para construir infraestructuras o realizar todo tipo de proyectos, esto ha sido siempre normal, ya que las ciudades no disponen del dinero suficiente como para tranformarse continuamente, pero si la necesidad de hacerlo, por ello, poco a poco se han ido endeudando poniendo como avales los propios impuestos y los ingresos derivados de estos. Con la llegada de la crisis, muchas ciudades se han visto en una óptica compleja, que es no tener dinero suficiente por parte de sus ingresos para pagar los créditos, ni tampoco suficiente estabilidad como para re financiar esas deuda. Si añadimos que algunas ciudades, utilizando prácticas muy liberales, han ido invirtiendo y poniendo su propia deuda en manos de corredores y especuladores bursátiles, nos encontramos ante la hipotética quebrada de algunas ciudades importantes, como por ejemplo Madrid (que estos días está en el candelero por este tipo de mala gestión económica)
La pregunta que muchos ciudadanos se hacen es simple, ¿porqué las ciudades no esperan a tener dinero para gastarlo y así no entrar en esos defícits? La respuesta es simple: en una sociedad mundial donde todo corre demasiado, las ciudades, para conseguir esa obsesión por la competitividad, se ven obligadas a realizar proyectos que si bien son necesarios, quizá deberían esperar más tiempo. Por ello, muchas ciudades han vivido por encima de sus posibilidades, haciendo uso de estás técnicas bancarias tan nefastas, hasta que el agujero se ha hecho tan grande que no es soportable.
Quizá, lo que deberíamos demandar a nuestras ciudades es justamente un poco más de control y honestidad con las cuentas públicas, ya que posteriormente, la forma de solucionar los problemas de este tipo de deudas, siempre suelen ser recortar servicios sociales, reducir plantillas o exteriorizar servicios, haciendo que estos sean de peor calidad y las condiciones laborales de sus empleados también.
Debemos tener una reflexión mucho más a fondo sobre esto. Muchos ciudadanos no se oponen a estas prácticas hasta que llega el momento, a todos nos gusta que nuestras ciudades sean mejores y más bellas, pero llega este crecimiento por encima de la realidad, muchas veces populista y cortoplacista para ganar votos, no deja de ser la forma de acabar condenando a las propias ciudades y sus ciudadanos a un futuro con condiciones y calidad de vida más bajos.