Los antiguos consideraron este período como ejemplar. Quedan pocos testimonios originales de los grandes artistas de esta época, con la única excepción de Escopas: su lenguaje apasionado, el interés por plasmar el ímpetu del movimiento, la reciedumbre de sus figuras fueron modélicos para la cultura helenística del Asia Menor.
Sin embargo, el artista más famoso e imitado del siglo fue Praxíteles. Su gozosa representación de las divinidades como adolescentes demuestra hasta qué punto había cambiado el contenido espiritual de la sociedad griega, que ahora buscaba la evasión. Las figuras del mito transmitidas al helenismo y al arte romano están embebidas de la visión de Praxíteles y de sus seguidores, visión que, por tanto, permanecerá viva durante ocho siglos.
Con el siglo IV se difunde el retrato fisionómico y realista. Los dioses, cada vez más humanos en su aspecto, se alejan paulatinamente de los hombres y ya no intervienen en los asuntos de éstos. La iconografía refleja este cambio: en lugar de los antiguos mitos que establecían una relación directa entre el género humano y las divinidades, se representan ahora – cada vez con mayor frecuencia – las fuerzas irracionales.
No se cuentan las figuraciones de Afrodita y de Dionisios; en el contenido artístico se pierde la fe en la razón humana, reemplazada por la irracionalidad, que se expresa en el aspecto absorto, en el abandono sinuoso y en la falta de contornos precisos en las obras. Al desplazarse el poder político de Atenas a Macedonia, iniciará la decadencia del arte griego del período clásico. En este momento de transición, otra gran personalidad fue Lisipo, último de los grandes clásicos y también el primer escultor del helenismo.